Samanta Villar pasará 21 días junto a la tripulación del pesquero SEGMON, “el trabajo que más le ha costado”, según ella, en busca de pescado hacia aguas irlandesas del Mar del Norte, a la zona del Gran Sol, uno de los caladeros europeos con más historia en el mundo de la pesca. Samanta no lo tendrá nada fácil en esta experiencia: sufrirá constantes mareos y deberá ser una más de la tripulación. Comprobará que la labor del marinero es mucho más dura de la que pensaba. La limpieza de pescado y sus capturas le pondrán en más de un aprieto.

Manuel es patrón del SEGMON. Lleva 22 años en el mar. Se ha perdido el nacimiento de sus hijos, sus cumpleaños y muchas fechas importantes junto a sus familias: “me lo perdí… mala suerte”, se lamenta. Pero es su trabajo, su vida y es el responsable de los 12 tripulantes que componen el SEGMON. Su papel no es nada sencillo: tiene la responsabilidad de que vuelvan todos a casa con un buen sueldo. A pesar de llevar media vida en el mar, “nunca te llegas a acostumbrar”, asegura.

Cabras, pez sable, virrey, cabracho… piezas que no pueden dejar escapar porque dependen de ellas. Pero hay muchos condicionantes, quizás demasiados: el mal tiempo puede entorpecer la pesca, los anzuelos pueden causar heridas graves y un mal movimiento puede hacerte caer y perder el equilibrio: “Si caes, lo primero que tienes que hacer es quitarte las botas, para que el mar no te lleve abajo…”, advierte uno de los marineros.

Otras veces se encuentran con algunos arrastreros que faenan en la misma zona, y que en muchas ocasiones se han llevado sus amarres o han colisionado con ellos… Pero no hay más remedio “si no pescas, no comes. Hay muchos barcos, mucha competencia. Nosotros sólo podemos competir con la calidad”, dice Manuel.

Trabajan 20 horas al día. Sólo duermen 4 horas diarias. A las 5.30h de la mañana lanzan el aparejo. Su trabajo es inagotable. “Si conseguimos 2.000 kilos diarios, estaría bien”, habla el patrón.

“Me arrepiento”. José Luis, contramaestre del SEGMON. 20 años en el mar. “Aquí en este trabajo estás muy solo. El mar es como una droga. No te gusta, pero acabas drogándote. Una mala marea te da 600 euros, una buena te puede dar 2.000”. José Luis tiene dos hijos. Su ex mujer nunca se acostumbró a su vida. “Un día llegué a casa y pregunté a mis hijos que dónde estaba… me dijeron que se había ido”. “Conoció a un hombre por Internet y se fue. Ahora ellos viven con mi suegra. Si no llega a ser por ella, no sé qué habría tenido que hacer con mis hijos…”.

Todos los días son idénticos. La misma rutina. Si todo va bien. El objetivo de la tripulación es que el tiempo que no pasan con sus familias sea de provecho y consigan una buena pesca. Pero si no se cubren gastos, la tripulación no cobra nada. Mucho tiene que ver el azar, de cómo soplen las corrientes, los vientos, hasta del precio con el que puedan vender sus capturas.

El mar está lleno de incertidumbres y entre todas ellas hay una certeza: no hay trabajo en el mar sin el sacrificio del marinero y el de sus familias. Samanta Villar lo ha experimentado durante 21 días; 21 largos días trabajando en el mar en una dura vivencia que ha logrado superar y que le ha gratificado personalmente. Pero lo que para ella ha sido una experiencia de tres semanas, para otros es el duro día a día de una vida. El resto de la tripulación volverá a partir en breve.

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