Frank Cuesta es de León, pero vive en Tailandia desde hace 11 años. “Vine a montar la Academia de Tenis de Nick Bollettieri –maestro de los maestros del tenis mundial y descubridor de talentos como Andre Agassi o Pete Sampras- y me enamoré de este maravilloso país”, reconoce. Frank dirige una Academia de Tenis en Bangkok. Dedicarse a este deporte fue su sueño hasta los 18 años, cuando tras ganar un torneo junior, se compró una moto y tuvo un accidente. “Aquí tengo su recuerdo para toda la vida”, cuenta Frank mientras se golpea una rodilla que suena a metálica por dentro. Olvidada la élite como jugador, se pasó al otro bando. Formó parte durante varios años del selecto grupo de los maestros de la Academia de Bollettieri en Florida, EEUU. Allí entrenó y viajó por el mundo con “una tal Mónica Seles”, entre otros deportistas criados en la factoría. Hasta que Bolletieri le mandó como embajador de la marca a Thailandia.

El tenis es su trabajo, pero los animales son su pasión. Todo empezó cuando una vez afincado en Bankgok, Frank se marchó, como siempre, con su mochila y sus zapatillas de goma, solo, a la selva de Burma -la antigua Birmania- durante varios días, “a ver animales desde cerca”. Todo fue estupendo hasta que su brújula interna se bloqueó. Frank se perdió en la selva y tuvo que ser rescatado días después. Esa fue la primera vez pero no la última. Había nacido un hobby. Pero el español quiso tomárselo en serio. Estudió herpetología -la rama de la zoología que estudia reptiles y anfibios-, y se recorrió todos los Parques Nacionales de Tailandia. Frank conoce los animales porque los ha visto y tocado de cerca. Pero no es un científico sesudo, un experto biólogo que pretende teorizar sobre ellos. Te cuenta lo que sabe de ellos como si fueras un amigo, con su particular manera y su lenguaje de la calle. Pero pocas personas han estado tan cerca de los animales salvajes como él. Frank ha estado dos veces en coma por picaduras de serpiente.

De hecho, un periódico sensacionalista de Bangkok ha abierto una apuesta para sus lectores: acertar el año que moriría el español. “De momento nadie la ha ganado porque la gente apostaba a que no pasaría de 2009”, cuenta el leonés con cierta tranquilidad.

Mucho más que una aventura

Frank de la Jungla narra la aventura de Frank en la selva y su permamente búsqueda de animales. Es un documental vivido en primera persona. Pero “sin tapujos, con sus cosas buenas, y con las malas, con todo lo que ha acontecido durante los rodajes”. Con él viajan el reportero Nacho Medina y el operador de cámara Santiago Trancho. Juntos reirán, disfrutarán y sufrirán… y conocerán animales soprendentes.

Desde hace 240 millones de años es el rey de los ríos y lagos de aguas estancadas. El cocodrilo es el soberano que gobierna la transición entre el agua y la tierra. Frank recorre los ríos de Thailandia buscando al cocodrilo en su estado salvaje. Asiste al exclusivo momento del apareamiento del animal, algo pocas veces reflejado en televisión. Siguiendo el rastro del cocodrilo por un antiguo santuario, el equipo se pierde. Mientras, varios equipos de guardas forestales del gobierno tailandés, equipados con armas y material de supervivencia, buscan a los tres españoles que han entrado pero no salido de una zona donde hacía nueve años que nadie acampaba.

“Es el único descendiente real de los dinosaurios”, se atreven a decir algunos expertos. El dragón de Komodo es uno de los mayores depredadores del mundo. Con el aspecto de un lagarto gigante, una simple mordedura en un dedo puede hacerte pasar tres semanas en el hospital. Comedor compulsivo de carne putrefacta, tiene una bacteria en la saliva que infecta todo lo que muerde. Hasta las islas indonesias de Komodo y Rinja, dos de los tres lugares donde habita el reptil, se desplaza Frank. Cuando tiene delante al animal de casi dos metros de largo, comienza su ceremonia. Se tumba y se pone frente a él, y empieza a erguir el tronco, de macho a macho. “Es la manera que tienen los reptiles de retarse, y poco a poco le iré sometiendo”, apostilla Frank rompiendo el gélido silencio impuesto.

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