Pol Morales

La mecánica parece simple. Un concursante espontáneo puede ganar hasta 3.000 euros en plena calle con la ayuda de los transeúntes, que en función de lo que exija el programa deberán acertar o errar una pregunta de cultura general. Pero ‘Lo sabe, no lo sabe’ tiene en realidad un trasfondo más complejo. Lo que en realidad esconde el último intento de Cuatro para salvar la complicada franja del ‘access prime time’ es un retrato social que ni el reality más veterano ha logrado captar.

 

Somos racistas, clasistas y andamos cargados de prejuicios. Aunque sólo sea de manera inconsciente. Afirmaciones tan políticamente incorrectas serían prácticamente un suicidio en televisión, pero cuando el dinero entra en juego, las sutilezas y los eufemismos desaparecen. Es lo que pudimos comprobar en la primera entrega de este interesante concurso. Todos nos movemos por las apariencias, propias y ajenas.

 

Resulta de lo más revelador comprobar el método de selección que utilizan los concursantes de ‘Lo sabe, no lo sabe’ para ganarse unos eurillos en tiempos de crisis. Si pretendemos que el peatón acierte la pregunta, nos dirigiremos a una persona de mediana edad, preferentemente española, que apunte maneras, a no ser que Juanra Bonet nos plantee quién fue el primer ganador de ‘Gran Hermano’, porque entonces correremos detrás de una peluquera. O de una portera. Sólo de sus bocas nos aseguramos que pueda salir la respuesta correcta: Ismael Beiro.

 

El morbo llega con el supuesto contrario, cuando el concursante debe señalar con el dedo a quien él considere más lerdo de entre todos los peatones para fallar en la respuesta. Ahí ya no hay sitio para guardar las apariencias. Los concursantes se lanzan como hienas a la caza del inmigrante, no del guiri que pasea guía en mano por la ciudad y que seguramente desconozca cualquier pregunta referente a nuestro país, sino del que prejuzgamos con menos luces que nosotros. Un cubano con pintas de no dar un palo al agua, por ejemplo, parece el candidato perfecto para desconocer cómo se escribe 2012 en números romanos.

 

Pero la nacionalidad no es el único criterio para el cribado en esta especie de test de cociente intelectual improvisado. Para un publicista barcelonés, del barrio del Eixample, bien vestido, con aspecto de triunfador, el autor de ‘La metamorfosis’ sólo está al alcance de ciertas mentes privilegiadas. De ahí que se dirigiera sin ningún rubor a un obrero de la construcción, para que terminara confirmando sus teorías elitistas. Para colmo, el concurso premia con palmaditas en la espalda las respuestas incorrectas. La cara de perplejidad de la víctima no sabemos si se debe a la estupidez del planteamiento o a la humillación de que a uno le escojan por su cara de tonto.

 

La mecánica de este nuevo concurso, por tanto, es sencilla pero cruel como la vida misma. No sólo certifica que el 90% de los prejuicios son certeros sino que para una vez que los refuta es para evidenciar que en realidad somos todos los que andamos un poco justitos de cultura general. Toparse con una licenciada en este programa, por ejemplo, debería suponer un valor añadido. Pero las apariencias, y los títulos, engañan, sobre todo si la estudiante no tiene ni pajolera idea de cuantos años tiene un lustro.

 

Puede que no cuente con trampillas, ni con una ingente cantidad de billetes, pero ‘Lo sabe, no lo sabe’ contiene, en definitiva, un elemento muy novedoso en el género de los concursos: el realismo. Con la décima parte del presupuesto de ‘El cubo’, es probable que Cuatro se haya sacado de la manga un programa que termine doblándole la audiencia al espacio de Raquel Sánchez-Silva. Sólo falta saber qué harán los responsables del canal de Mediaset si se convierte en un éxito inesperado teniendo a Dani Martínez y su ‘Guasap’ en la recámara.

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