Adela Úcar ha permanecido en una prisión de mujeres dominicanas en la que se encuentran varias reclusas españolas
“En la cárcel no se vive 365 días, sino el mismo día 365 veces”, afirma la reportera
Desamparo y soledad. Son las primeras sensaciones que invaden a cualquier persona al ingresar en un centro penitenciario. De la misma manera, desamparada y sola, Adela Úcar aceptará vivir “21 Días en la cárcel”, título del nuevo reportaje que Cuatro emitirá mañana, convirtiéndose en la primera periodista española que vive esta experiencia en un programa de televisión.
La reportera de “21 Días” ha accedido a pasar voluntariamente una temporada viviendo como una reclusa en la cárcel de Najayo Mujeres, una de las más importantes de la República Dominicana. Es consciente de que no va a contar con ningún tipo de privilegio y de que tendrá que adaptarse a una vida privada de libertad, sola y sin protección.
En el momento de su ingreso, le obligan a desnudarse y a someterse a un reconocimiento para comprobar que no esconde nada en el interior de su cuerpo. A continuación, recibe sus únicas pertenencias dentro del centro: un uniforme y un colchón con el que tendrá que cargar hasta la celda de aislamiento donde pasará su primera noche. En el comedor de la prisión, le esperan nuevas sorpresas: todo debe comerse con cuchara porque los tenedores y los cuchillos están prohibidos; son objetos potencialmente peligrosos en un entorno en el que la violencia siempre está latente.
Al mismo tiempo descubre lo que significa realmente estar privado de libertad: no poder decidir personalmente ni las rutinas más básicas. La limpieza, la higiene personal o la alimentación pasan ahora a ser patrimonio de los vigilantes del centro, quienes deciden en qué momento debe hacerse cada tarea. Ser recluso también significa carecer de privacidad.
La estancia en prisión transforma el carácter de la periodista. “Me he dado cuenta de que un entorno tan hostil hace que te vengas abajo”. Sin posibilidad de elección, cada día se convierte en una rutina a duras penas soportable. “En la cárcel no se vive 365 días, sino el mismo día 365 veces”, afirma. La falta de motivación termina haciendo mella en las internas, que a veces no tienen aliciente para empezar un nuevo día. “Muchas se levantan de la cama porque si no lo hacen se enfrentan a una sanción”, explica Adela para quien el ritmo de vida carcelario tiene un resultado demoledor. “Saber que cada día va a ser igual te desmoraliza por completo”, afirma con rotundidad.
Vidas truncadas y amores a distancia
En la prisión de Najayo hay 307 reclusas. Entre ellas, una decena de españolas cumplen condena por tratar de pasar cocaína a España. Sin embargo, el primer contacto de la periodista con el resto de las presas se produce con una mujer dominicana encerrada desde hace diez años por “muerte”, según sus propias palabras. Confiesa que asesinó a su marido cortándole el cuello por haberla engañado con su hermana; a ella la mató también y la reclusa asegura a la reportera que no se arrepiente de ese homicidio “porque se lo merecían”.
“Me iban a pagar 6.000 euros. Era la primera vez y todo estaba controlado”. Así se explica Elisabeth, otra de las presas. Tiene 23 años y es española, aunque habla con un fuerte acento dominicano. Lleva casi dos años encarcelada y todavía no entiende cómo se le ocurrió hacer de mula del narcotráfico. Y menos aún cómo se le ocurrió llevarse a su hija, que entonces apenas tenía dos años, para disimular y resultar menos sospechosa. La niña tuvo que presenciar cómo detenían a su madre en el aeropuerto, tras descubrirle la droga pegada al cuerpo. A su hija se la llevaron a un centro de acogida, dónde estuvo 15 días hasta que la madre de Elisabeth reunió dinero suficiente para ir a buscarla. Hoy por hoy, lo único que se le hace insoportable en la cárcel es vivir alejada de su hija. Desde aquel día en el aeropuerto no la ha vuelto a ver.
Al igual que Elisabeth, Laura es española pero por su aspecto y su modo de hablar podría pasar perfectamente por dominicana. Sus dos hijos, de cinco y tres años, están con la familia paterna. Es una joven entusiasta, extrovertida y con mucha fuerza. “No tienen nada contra mí, yo no llevaba droga”, le cuenta a Adela. La realidad, sin embargo, es bien distinta: la detuvieron en el aeropuerto de Santo Domingo con una maleta llena de estupefacientes. En aquel momento estaba embarazada, y la radiografía que le hicieron, a pesar de sus protestas, desembocó en un aborto. Con sólo 25 años, Elisabeth ya ha quemado muchas etapas. Tiene hijos, está separada y ha viajado durante tiempo como mula del narcotráfico. Cuenta que allí está aprendiendo muchas cosas, que hay días mejores y días peores. De su mano Adela conocerá la otra cara de la prisión: los flirteos a distancia y por señas con los reclusos del penal de enfrente, a los que llaman “carpinteros”. Laura tiene su “marido carpintero”, pero su verdadero amor es un sicario dominicano que está encarcelado con una pena de 20 años.
Empezar una nueva vida
La oportunidad de conocer a otras reclusas termina siendo la experiencia más valiosa para Adela Úcar. “Lo más interesante ha sido la oportunidad de hablar con las personas y trascender la imagen que tenemos de los presos. Son personas no tan distintas a uno mismo. La vida les ha puesto en un momento difícil y son ellas las que admiten que tomaron la decisión equivocada”.
Los 21 días en la cárcel resultan durísimos para la periodista. Ha pasado por momentos muy difíciles, de peligro, de claustrofobia, de falta de higiene, de llanto y desesperación por las duras condiciones en que ha tenido que vivir. Pero, cuando está a punto de salir, confiesa que “la única fuerza que tienes para soportarlo es la relación y la amistad con otras personas”, afirma. “Esto no tiene por qué ser un fracaso, también puede ser una oportunidad para reflexionar sobre tu vida y comenzar de nuevo”, explica antes de abrazar de nuevo su preciada libertad.