“Uno se mete a torero porque no sabe dónde se mete”, así de contundente se muestra el extremeño cuando Gabilondo le pregunta por qué eligió esta profesión. A pesar de no provenir de una familia de tradición taurina, con 13 años ya estaba matando su primera becerra y a los 16 recibió su primera cornada. En cuanto al peligro que entraña este oficio, dice que “el torero llega un momento que firma un pacto desechando su integridad hasta consecuencias excéntricas”.
La polémica en torno a la prohibición de las corridas también llega a la conversación. “Ahora a la gente no le gusta ver sangre nada más que en la televisión”. A lo que añade que “las corrientes antitaurinas son más políticas que de ideales”. Y defiende que “sin el toreo, no tendría sentido la raza”. Pero reconoce: “A veces claro que te da pena matar al toro, pero las cosas tan fuertes han de tener un final trágico” .
Su concentración antes de la corrida es soñar. Después, justo antes de salir al ruedo, confiesa sentirse muy nervioso: “A pesar del ruido de la plaza sólo escucho el latido de mi corazón, que va a un ritmo que no es normal”. Una vez ya en faena, nota “cuándo estoy dominando al toro, cuándo no y cuándo no lo estoy dominando aunque el público crea que sí”. Y es que afirma que existe un lenguaje de intuición entre toro y torero, “hay una percepción de adrenalina cuando nos sentimos, cuando él o yo nos sentimos poderosos, es un choque mental más allá de lo físico”.
Reconoce que José Tomás está por encima de todos los demás, “porque tiene alma, él encarna los valores de todo el toreo”. De sí mismo afirma que “por ética, por las condiciones que tengo para esto, no me conformo con ser uno más”.
Para el futuro, sueña con torear para sí sin depender del triunfo, algo que a veces “sólo llega cuando te retiras”.